Creencia número 2: No hay fracasos. Sólo hay resultados.
Es casi un corolario de la creencia número uno, pero tiene su importancia propia. La mayoría de las personas, en nuestra cultura, están programadas para temer eso que llaman fracaso. Sin embargo, cualquiera de nosotros recordará las veces que deseaba una cosa y obtuvo otra. A todos nos han «reprobado» en un examen, todos hemos sufrido por amores que no acabaron bien y todos hemos visto fracasar proyectos de negocios o de otro tipo. En este libro utilizo mucho las palabras «desenlace» y «resultados» porque eso es lo que ven los triunfadores. Ellos no ven fracasos; no creen en eso, y para ellos no cuentan.
Toda persona obtiene siempre un resultado de un género u otro. Los grandes triunfadores de nuestra cultura no son infalibles, sino únicamente personas que saben que, si intentan algo y no sale lo que esperaban, al menos han tenido una experiencia de la que aprender. Entonces se ponen a aplicar lo aprendido e intentan otra cosa. Emprenden nuevas acciones y producen tal o cual resultado nuevo.
Piénselo. ¿Qué activo o beneficio posee usted hoy que ayer no tuviese? La respuesta es, naturalmente: experiencia. Las personas que temen el fracaso se hacen representaciones internas, por adelantado, de lo que podría fallar. Eso es lo que les impide iniciar justamente aquellas acciones que podrían garantizarles la consecución de sus anhelos. ¿Usted teme al fracaso? Bien, pero ¿no será enemigo de aprender? Toda experiencia humana puede enseñarle algo, y en este sentido usted siempre triunfará en todo cuanto haga. El escritor Mark Twain dijo una vez: «No hay cosa más triste que un joven pesimista». Tenía razón.
Quienes creen en el fracaso se garantizan, prácticamente, una existencia mediocre a sí mismos. Quienes alcanzan la grandeza no perciben el fracaso. No se fijan en él. No dedican emociones negativas a una cosa que no sirve.
Deje que le cuente la historia de una vida real, de un hombre que:
—Fracasó en los negocios a los 31 años.
—Fue derrotado a los 32 como candidato para unas legislativas.
—Volvió a fracasar en los negocios a los 34 años.
—Sobrellevó la muerte de su amada a los 35.
—Sufrió un colapso nervioso a los 36 años.
—Perdió en unas elecciones a los 38.
—No consiguió ser elegido congresista a los 43.
—No consiguió ser elegido congresista a los 46.
—No consiguió ser elegido congresista a los 48.
—No consiguió ser elegido senador a los 55.
—A los 56 fracasó en el intento de ser vicepresidente.
—De nuevo fue derrotado y no salió senador a los 58.
—Fue elegido presidente de los Estados Unidos a los 60.
Ese hombre era Abraham Lincoln. ¿Habría llegado a presidente si hubiese considerado como fracasos sus derrotas electorales? Probablemente no. Hay una anécdota famosa sobre Thomas Edison. Después de haber intentado 9,999 veces perfeccionar la lámpara de incandescencia, sin con-seguirlo, alguien le preguntó: «¿Piensa llegar a los diez mil fracasos?». Él contestó: «Yo no he fracasado, sino que acabo de descubrir una manera más de no inventar la bombilla eléctrica». Es decir, que había descubierto otra serie de acciones que producía un resultado diferente.
Nuestras dudas son traidoras,y por ellas perdemos el bien que con frecuencia pudimos ganar, por miedo a intentarlo. -WILLIAM SHAKESPEARE-
Los ganadores, los líderes, los mejores (gente que tiene el poder personal), comprenden que si uno intenta algo y el desenlace no es el esperado, se trata en realidad de una realimentación: uno utilizará esa información para ajustar más sus distinciones acerca de lo que ha de hacer para producir los resultados que deseaba. Buckminster Fuller ha escrito:
«Todo lo que han aprendido los humanos, lo aprendieron como consecuencia de experiencias de ensayo y error, exclusivamente. Los humanos han aprendido siempre a través de sus equivocaciones».
A veces aprendemos de nuestras equivocaciones, y a veces de los errores ajenos. Tómese un minuto para reflexionar sobre los que considere los cinco «fracasos» más grandes de su vida. ¿Qué aprendió usted de esas experiencias? Es muy posible que figuren entre las lecciones más valiosas que haya recibido nunca.
La creencia en el fracaso es un modo de «intoxicar» la mente. Cuando almacenamos emociones negativas, ello afecta a nuestra fisiología, a los procesos de nuestro pensamiento y a nuestro estado. El doctor Robert Schuller, para enseñar el concepto de «pensamiento posibilista», propone una pregunta importante: «¿Qué intentaría usted hacer si estuviera seguro de que no podía fallar?».Piénselo. ¿Qué contestaría usted a eso? Si realmente creyera que no podía fallar, posiblemente iniciaría todo un conjunto de nuevas acciones y produciría resultados nuevos, poderosos y deseables. Por consiguiente, al emprender el intento, ¿no se hizo lo más adecuado? ¿No es ésa la única manera de progresar? Así que le sugiero que se haga cargo ahora mismo de una cosa: el fracaso no existe; sólo existen los resultados. Uno siempre produce un resultado, y si no es el que deseaba, no tiene más que modificar sus acciones y obtendrá otros resultados nuevos.
Tache la palabra «fracaso», subraye la palabra «desenlace» en este libro, y comprométase a aprender de todas las experiencias
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