Los individuos que han triunfado creen en el poder de la dedicación. Si hay alguna creencia que resulte casi inseparable del éxito, esa es la de que no se produce ningún éxito duradero sin un gran compromiso. Cuando uno contempla a los grande triunfadores de cualquier especialidad, descubre que no son necesariamente los mejores, ni los más brillantes, ni los más fuertes, ni los mas rápidos, pero si lo mas perseverante. La gran bailarina rusa Anna Pavlova dijo en cierta ocasión: “Perseguir una meta, sin descanso, ese es el secreto del éxito” Es otra manera de definir la Fórmula del Éxito Definitivo: sepa el desenlace que quiere, modele lo que pueda servir, actué, desarrolle su agudeza para saber por dónde va y siga perfeccionándola hasta llegar adonde pretendía.
Esto lo vemos en todos los campos, incluso en aquellos donde las dotes naturales constituyen, en apariencia, las mejores cartas. Tomemos los deportes. ¿Qué es lo que hace de Larry Bird uno de los mejores jugadores de baloncestos? Muchos estarán preguntándoselos todavía. Es lento. No salta. En un mundo de ágiles gacelas, el parece moverse, a veces, en cámara lenta. Pero, si bien se mira, Larry Bird triunfa, porque se compromete al éxito con todo su alma. Entrena más, tiene más resistencia moral, es obstinando en el juego, desea ganar en mayor medida que nadie. Saca más de sus recursos que la mayoría. Es el camino que también ha seguido Pete Rose para entrar en el libro de los records, utiliza constantemente su compromiso de ser excelente como una fuerza motora que aplica a todo lo que hace. El gran jugador de golf Tom Watson no fue ningún fuera de serie en Stanford, sino uno más del equipo. Pero como dijo el entrenador, sin salir de su asombro: “Jamás he visto que nadie se entrenase tanto”. La mera diferencia entre las aptitudes físicas de los atletas apenas nos dice nada; es la calidad de la entrega personal lo que distinguen a los verdaderamente grandes de entre los buenos.
Esa entrega es un componente importante del éxito en cualquier terreno. Antes de figurar entre los grandes, Dan Rather ya era una leyenda como el reportero de televisión más inasequible al desaliento de Houston. Todavía se comenta cómo tomó una filmación encaramado a un árbol, mientras un huracán avanzaba hacia las costas de Texas. El otro día oí que alguien hablaba de Michael Jackson diciendo que era un gran prodigio fabricado de la noche a la mañana. ¿De la noche a la mañana? ¿Acaso no posee Jackson un gran talento? Sin duda. Y lo ha pulido desde que tenía cinco años, edad a la que comenzó en el mundo del espectáculo y desde la que no ha hecho otra cosa si no perfeccionar su voz, perfeccionar el baile componer sus propias canciones. Desde luego, tenía algún talento natural. Creció en un ambiente que le estimulaba, desarrolló sistemas de creencias que potenciaron sus recursos; dispuso de numerosos modelos de éxito; pudo contar con las orientaciones de toda su familia. Pero lo más importante, en fin de cuenta, fue que estuvo dispuesto a pagar el precio necesario. Ami me gusta usar la expresión “talento+ lo que faltaba”.
Los triunfadores son los que están dispuestos a poner lo que haga falta para triunfar. Eso, junto con lo demás, es lo que les diferencia del montón.
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